jueves, 25 de agosto de 2011

La lengua es caprichosa

Historia de las palabras (Sudamericana, 2011), de Daniel Balmaceda. El autor logra transmitir la cara más increíble y divertida de la etimología. Rogelio Demarchi.

En el Génesis, cuando Dios termina de hacer “a todos los animales del campo y a todas las aves del cielo”, los lleva para que Adán les ponga un nombre porque “el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado”.
Este relato bíblico encierra un principio básico de la lingüística: no hay una relación lógica entre las cosas y el nombre que les damos porque las cosas no pueden decirnos su nombre; somos nosotros, en las distintas lenguas que hablamos, quienes llamamos a las cosas con las palabras más arbitrarias que se nos ocurran; palabras que hasta pueden haber surgido por una humorada, pero que por un acuerdo tácito entre los hablantes se han ganado su lugar.

Por eso, la curiosidad etimológica –indagar el origen de las palabras y cómo alcanzan una determinada significación– da por resultado divertidas sorpresas.

En Historia de las palabras (Sudamericana, 2011), Daniel Balmaceda despliega su capacidad para buscar y relacionar datos con una prosa ágil. Liviano y profundo a la vez, “uno de los objetivos de este libro es generar el deseo de detenernos frente a una palabra e intentar conocer su origen, su historia”. Objetivo cumplido, se puede decir: cuenta historias tan disparatadas, es tal el grado de exotismo de muchos de los datos que presenta, que uno quisiera seguir leyendo anécdotas tan o más increíbles que ésas.

Pelear, en principio, designaba un tipo de lucha en la cual los combatientes se tomaban de los pelos.

El armario, alguna vez, sólo se usó para guardar armas.

El saxofón es uno de los tantos instrumentos desarrollados por el luthier Antoine Joseph Sax, en 1841, que por supuesto fue “el primer saxofonista de la historia” y el promotor de una revolucionaria reforma de las bandas de música.

Boicot supo ser el apellido de un capitán inglés retirado que administraba tierras en Irlanda: Charles Cunningham Boycott. “En 1880, luego de una mala cosecha, impuso altos precios de alquiler a los pequeños y medianos agricultores que arrendaban esos campos”. Como se negó a recibir a una comisión que intentaba negociar una rebaja, toda la comunidad le dio la espalda como una manera de protesta. El cartero dejó de entregarle la correspondencia; el herrero y la lavandera no querían trabajar para él; etcétera. El párroco que había promovido tal singular acción, divertido, afirmó que lo habían “boicoteado”.

Entre nosotros, Floro Madero (hermano de quien ideó lo que hoy se conoce como Puerto Madero) sería el que incorporó al habla de los argentinos el término “abatatado”: en una jocosa sobremesa con amigos, como no podía hablarles con naturalidad, pidió las disculpas del caso señalando que estaba abatatado… porque se había comido “media fuente de batatas”.

A la hora de contar anécdotas que involucren palabras, Balmaceda parece no tener límites. En consecuencia, le da lo mismo un vocablo que un giro del habla popular (por ejemplo, cómo llegó a ser el “Tío Sam” sinónimo o representación de “Estados Unidos”), o los acrónimos y las abreviaturas.

Por todas estas vías, su libro reafirma que el capricho gobierna la lengua.

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